Beatriz Flamini sabía que tenía que resistir.
Bajo ninguna circunstancia dejaría su nuevo hogar, ni siquiera si uno de los padres muriera.
Atrapado a 70 metros bajo tierra en una cueva en el sur de España, el alpinista español de 49 años logró cumplir el desafío que se impuso de pasar 509 días sin ningún contacto con el mundo exterior.
Cuando salió el viernes pasado, tuvo que usar gafas de sol para proteger su vista de la luz.
«Me llevé muy bien conmigo misma, podría haberme quedado un poco más», se rió. «Pero necesitaba una ducha».
Durante un año, cuatro meses y 22 días, vivió desligada del mundo. Beatriz no tenía noticias del exterior, ni siquiera era consciente de la cantidad de días que habían pasado dentro de la cueva oscura.
Su reto era ver si podía sobrevivir en lo que ella llama «autosuficiencia» y también grabar un documental producido por la compañía española Dokumalia.
Desde su regreso, el montañero ha sido atendido por un equipo de psicólogos y médicos que están evaluando su estado para ayudarlo a adaptarse nuevamente a la vida en la superficie.
Beatriz no pudo responder a las preguntas de Euronews ya que su equipo está preocupado por su salud.
En cambio, su preparador físico David de Antonio explicó su situación.
«Es importante entender que cuando Beatriz salió de la cueva, pasó de contacto cero a cien por ciento de una vez y eso no la ayudó», dice de Antonio.
«Toda esta aventura terminará cuando se sienta bien. Lo veo como si hubiéramos escalado el Everest. Estamos en la cima y ahora tenemos que volver a bajar», agrega.
500 días sin contacto con el mundo exterior
Beatriz no es la primera en intentar vivir tanto tiempo en una cueva. Antes de empezar su aventura, decidió añadir algunos trucos extra para que la experiencia fuera única.
Uno de ellos fue quedarse solo en una cueva, sin referencias temporales.
El escalador no tenía idea de qué día ni qué hora era. Los únicos dispositivos tecnológicos que tenía dentro de la cueva eran una cámara que usaba para registrar su experiencia y una computadora con un sistema operativo «restringido».
El dispositivo tenía un enrutador y Beatriz lo utilizó para comunicar sus necesidades básicas al equipo. Podía pedir agua o comida cuando sentía que lo necesitaba.
Miembros de un grupo espeleológico local le trajeron alimentos, bombillas y baterías. Previamente habían acordado un lugar para dejar los suministros para que ella pudiera recogerlos sin ver a nadie.
Cuando fue necesario, también recogieron sus desechos.
Su dieta se basaba en papillas para bebés y de vez en cuando le traían golosinas especiales, como una pieza de fruta o un aguacate.
“Como no tenía referencia de tiempo, no podía tener una rutina. No sabía cuándo comer o cuándo dormir. No podía calcular si había almorzado hace una hora o hace un día. saber si había dormido diez minutos o diez horas”, dice su entrenador.
Lo único que le permitía llevar la cuenta del tiempo era su propio período.
Beatriz no se comunicaba a diario con el equipo, pero los psicólogos usaban mensajes para evaluar su salud mental y saber cómo estaba.
Era el único contacto que tenía con el mundo exterior. Nadie sabía nada más, ni siquiera su familia.
Durante su experiencia, tuvo que superar situaciones difíciles. Ella sufría de alucinaciones auditivas y dijo que debido a que la cueva estaba en silencio, su «cerebro inventaba cosas», incluso escuchaba gritos de vez en cuando.
Pero lo peor fue una invasión de moscas. «Llegaron las moscas, comenzaron a poner larvas, no pude controlarlo y me tragaron», dijo.
Problemas técnicos
Después de los primeros 300 días, el atleta estuvo brevemente fuera de la cueva durante seis días debido a un problema técnico.
Sintió «el ruido del router en su cerebro», en alusión al dispositivo que tenía en la cueva para comunicarse con su equipo.
Acampó durante seis días a la entrada de la cueva mientras un técnico reparaba el aparato.
Después de este imprevisto, ella regresó a la cueva. Sin embargo, su equipo temía que después de emerger, no quisiera regresar.
«El cerebro siempre está buscando excusas para rendirse. Este incidente complicó las cosas porque podría haber sido la excusa perfecta para que Beatriz se rindiera», explica de Antonio.
“La primera vez que haces algo es más fácil dar el salto porque no sabes a dónde vas. Lo más complicado es volver a hacer lo mismo sabiendo a lo que te enfrentas. El hecho de que ella continuó con su desafío, aun sabiendo lo que iba a pasar, demuestra su increíble voluntad”, agrega.
Con su determinación, logra llevar a cabo la aventura.
Proceso de recuperación
El viernes, Beatrice se enteró de que había una guerra en Ucrania, pero la noticia que más la golpeó fue la muerte de la reina Isabel II.
“Me dijeron que estaba muerta”, confesó incrédula a los medios.
El aislamiento voluntario ha pasado factura. De Antonio dice que antes de entrar a la cueva trabajaron en un plan para minimizar el daño.
“Estudió con psicólogos cómo anticiparse a posibles situaciones que podrían ocurrir dentro de la cueva”, dice.
También idearon un plan de ejercicios para que no perdiera su condición física, aunque él dice que como atleta, Beatriz ya estaba en muy buena forma.
En este momento, están tratando de reconectarla con el ciclo natural de las cosas.
“Nadie ha estado tanto tiempo privado de la luz. La pregunta que ahora se hacen sus entrenadores es cómo volver a los ritmos de forma saludable”, especifica.
De Antonio define el proceso de recuperación del montañero como una experiencia.
“Como nadie ha hecho algo así, no tenemos un ejemplo a seguir. Los médicos nunca se van a encontrar con un caso como el de Beatriz, entonces están estudiando casos similares para poder tratarla”.
Estos 500 días en la oscuridad fueron una «locura controlada», como los describe el entrenador. “Una cueva es un lugar muy hostil, no es compatible con la vida humana”.
Mientras tanto, la escaladora dice que nunca pensó en dejar de fumar, pero su entrenador se pregunta cómo lo hizo.
“No sé qué pasó por su mente, no sé si alguna vez pensó en eso, es algo que tendrá que contarnos en el futuro”, dice.
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